viernes, 7 de julio de 2017

AYER ME VISITÓ JESÚS

Ayer me visitó Jesús y hablamos largamente y de todo. Conversamos en mi casa y en el Parque, y luego quise mostrarle mi lugar de reflexión y soledad. Finalmente, fuimos a comer algo. Dejé que el pidiera algo para picar. Me parece que hizo trampa porque pidió, justamente, mis favoritos: "Cajun Sandwich y frozen de maracuya para beber".

El tiempo en ese pequeño restaurante fue un relax para mí, aunque algunos de los temas que tratamos fueron muy duros y difíciles. Pero me hizo reír muchísimo, contándome chistes y haciéndome bromas. Cuando nos despedimos me sentí muy liberado, descargado de tensiones; mis ojos estaban claros y mi corazón parecía tener alas. Fue un tiempo maravilloso. Ahora me anima lo que me dijo: ¡Que regresaría pronto!

Estaba en mi casa solo. Mi hijo había salido a visitar a su mamá. Usualmente me agrada la soledad, pero esa tarde era distinto, no se si por el cansancio, por la confusión o por la frustración; tal vez por las tres cosas juntas.

 Había estado preparando algunos temas, que respondían a dos preguntas difíciles: ¿Como es Cristo? y ¿Como deben ser los Cristianos? Mis respuestas terminaron inquietándome más de la cuenta. Primero por las conclusiones a la que estaba arribando, luego porque me hicieron sentir una urgencia por Jesús. Sentí que lo extrañaba, que lo necesitaba en demasía. Quería Tenerlo cerca para poderle hacer las mismas preguntas y para tener mejores respuestas. Me parecía que era necesario conocer sus argumentos, su razón, su explicación. quería preguntarle: ¿Como eres? ¿Como quieres que sea yo? Quería oír de sus propios labios las respuestas acerca de mi vida, de mi familia, de la iglesia, del mundo. ¡Era urgente que viera a JESÚS! Le necesitaba para preguntarle y oírle.

 Entonces, tocaron la puerta, pero de una manera diferente. Vi en el umbral, una sombra singular. Corrí, pensando que era ÉL. ¡Como me golpeaba en el pecho el corazón! ¡Era ÉL! ¡Era JESÚS!

 La majestad de su presencia me turbó un poco, pero la ternura de su mirada y la calidez de su voz me hicieron serenarme.

   - Hola Daniel - dijo - ¡He venido a verte!
   Muy emocionado respondí. - ¡Bienvenido JESÚS! ¡como quería que vinieras!

 Le iba a extender la mano, pero ÉL se inclinó para abrazarme. Le respondí extendiéndole mis brazos y me acerqué a su corazón. ¿Que sentí en ese momento? Algo así como el abrazo de una madre cuando eras pequeño o el abrazo de un amigo entrañable.

   - Pasa por favor - Le dije.
   - Gracias - Respondió - sonriéndome con su mirada tierna.

 Le invité a tomar asiento en el mueble, pero, me dijo que prefería tomar asiento en la mesa, junto al calor de la cocina y al aromático olor de lo que iba preparando. Me encantó su sencillez y la familiaridad con que me trataba. Entonces, reparé que ya estaba terminada la comida, le serví y luego comimos juntos los alimentos.

   - Señor - le dije- Estoy encantado de que hayas venido. ¡Tengo tantas preguntas!
   - Sí. - Respondió - Tenemos que hablar, porque yo también tengo cosas que decirte. 

 Su total disposición corto el recelo que sentía. Empecé a sentirme libre, confiado. Era el Jesús que amé desde siempre, pero sin el ropaje de las tradiciones de la iglesia; más aún, sin las ideas que sobre ÉL me había hecho en las tantas veces que compartí de Él o las veces en que me compartieron. era el Jesús puro de los evangelios, sin ornamento, sin prejuicios.

         - Me gustaría hablarte de mí. - Le dije.
        - Estaré encantado de escucharte - Dijo.

 Entonces le abrí mi corazón. Pensé que era el momento de hablarle de esos anhelos profundos que, a la vez implicaban frustraciones constantes. Quise hablarle de mis luchas y fracasos y le exprese aquellas cosas que usualmente no suelto con facilidad. Le hable desde adentro.

          - Señor te amo. Durante todos estos años que te conozco tú haz sido mi tesoro, mi bien, el amor de mi vida. Te he buscado y he querido conocerte para ser más y más como Tú. He anhelado y deseado honrarte, servirte, vivir para Ti.

      - Lo se - Dijo - y...

     - Perdóname, Señor - Lo interrumpí -, pero a veces me parece que no avanzo o que lo hago muy despacio. Muchas veces percibo fuertemente mi naturaleza de pecado, que si no fuera porque eres bueno, moriría de angustia al pensar que no he logrado ni siquiera una sonrisa de satisfacción tuya por mi conducta.

 JESÚS, mirándome fijamente, se acomodo en su silla y poniendo una mano sobre mi rodilla me dijo, con una sonrisa de lo mas extraordinaria que haya visto en mi vida.

     - ¿Has pensado que no se como eres? ¿Crees que desconozco tus flaquezas y limitaciones? Yo sé quien eres, y conozco tus luchas y frustraciones. Yo sé lo que puedes y no puedes hacer...

     - JESÚS, quiero agradarte - insistí -, pero tienes que ayudarme, no quiero vivir solo buenas ideas y lindas intenciones.

      - Tu deseo me complace - dijo el Señor, mientas sorbía un poco de té.

 Me sorprendió que se agradara de mis palabras e intenciones. Entonces le expresé una de mis grandes frustraciones.

      - Señor, - le dije - cuando leo de la complacencia que DIOS PADRE tenía en ti, siento dolor al pensar en mí, en que es imposible que yo le agrade.

     - ¿Has leído con cuidado? - Preguntó.

     - Bueno, Señor - dije un poco inseguro - Este...

      - ¿Has considerado las primeras palabras? ¿No has notado que antes de hablar de complacencia dice: "Este es mi hijo amado"?.

 Allí procedió a explicarme, que el Padre complace porque ama. Es en su amor por sus hijos que se goza y deleita.

 JESÚS me explicó, que la complacencia en sus hijos y su satisfacción por ellos no son, fundamentalmente, por las buenas obras que estos hagan, sino porque los ama. Dijo que así como una madre se deleita en su bebé, sin que reciba el más mínimo beneficio de él, tan solo porque lo ama, así, y aún más se deleita DIOS.

     - Tú sabes esto - aseveró -.

     - Si Señor - respondí -.

     - Pero también debes experimentarlo. No basta que lo sepas, también debes sentirlo en tu corazón, debe arder en tu alma. Esto es fundamental para ti. Si tú no vives el amor del Padre, no tendrás una base firme para edificar tú fe. La obediencia expresará y dinamizará tu fe.

 Yo estaba atónito con las palabras de JESÚS. Su sentido interés por mí y la firmeza y ternura de su voz llenaban mi corazón.

     - DIOS te ama y se agrada de ti - continuó -. ÉL se complace en tus esfuerzos e intentos, en tus realizaciones. No espera que llegues a la perfección para que recién allí se complazca en ti. ÉL se goza en tus logros de hoy, aunque sean pequeños; solo espera que avances.

 Las palabras de JESÚS trajeron a mi corazón mucho ánimo y gran consuelo. Estaba experimentando en mi alma la ternura de un Padre, el amor de un entrañable amigo y la comprensión de un maravilloso maestro... Entonces, me levanté y lo abracé, pero no pude evitar las lágrimas que venían incontenibles. Me apreté nuevamente a su corazón y lloré

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